De todos los canallas, soy el mejor
— Sabes que te vas a ir al infierno ¿no?
Retrocedí unos pasos al
escuchar a Verónica. Su mirada penetraba mi alma a quemarropa.
— ¿Por qué lo dices? —
pregunté si darle la cara. Mi lado más cobarde me vencía con ventaja en esta
noche sin Luna.
— Porque eres un maldito
hijo de puta — contestó con lágrimas en los ojos, cubriendo su desnudes con las
viejas sábanas blancas del hotel.
Doce horas antes
—¿Puedo pasar?
Sequé mis lágrimas apenas
escuché el sonido de la puerta. Solté un largo suspiro, y finalmente, dije:
— Sí, mamá. Adelante.
—He leído tu última
publicación en “La hora clave”. Hijo, ya es tiempo de que dejes de escribir tus
pesadillas y empieces a narrar algo menos deprimente…
—A las personas les gusta
leer lo que escribo. Si me pusiera a contar mis experiencias en el mundo de Peter Pan, no comprarían el maldito
diario.
—No pienso como tú. De verdad estoy muy decepcionada de ti. Y no
por tu deprimente columna en el diario, sino porque ya no eres el mismo. Desde
que ella…
—Por favor, no la
menciones.
—Tú no la perdiste, hijo.
¡No fue tu culpa! ¡Tienes que entenderlo!
Miré fijamente a mi madre.
Saqué un cigarrillo de mi bolsillo y lo encendí.
—No importa, mamá. Lo
entienda o no, el destino sigue siendo el mismo. Ella ya no está.
Verónica
—No te he hecho nada, Verónica —dije, mientras las lágrimas resbalaban
de mi rostro sin consentimiento. Verla a
los ojos era casi un suicidio para mí.
—¡Me crees idiota, Javier!
Me despierto desnuda en una puta habitación de un hotel, y lo primero que veo
es tu macabra figura. ¿No te bastó con
asesinar a mi hermana? ¡Ahora me quieres a mí!
Miré fijamente a
Verónica. No la veía a ella. El amor de
mi vida se mostraba ante mis ojos. Apreté mi puño con fuerza y caí al piso de
rodillas para sumergirme en mi agonizante tristeza. “Te amo, Camila…Perdóname por dejarte ir”.
Tres horas antes
—Aló, ¿quién habla?
Tenía diez llamadas
perdidas de ese número. Fumando unos cigarrillos, caminando por las grises
calles de Lima, me había desconectado del mundo.
—¡Puta, Javier, hasta que
por fin contestas! ¡Necesito de ti urgente!
—Disculpa, pero no sé
quién eres —contesté con un tono frío y calculador.
— ¡Huevón¡¡Cómo es posible
que no te acuerdes de mí! Soy Carlos, el ex de Vero.
Verónica
y Carlos eran enamorados en la época en que Camila y yo también lo éramos. Por
tal motivo, hubo miles de salidas compartidas con ese cuasi humanoide.
Sinceramente, Carlos, siempre me pareció la sabandija más aprovechadora y
rastrera, que pretende ser un humano, pero que, a duras penas, solo consigue
convencer a algunos cuantos, como es el caso de la hermana gemela de Camila,
que estuvo enamorada locamente de ese personaje por varios años.
—Pucha
loco, la verdad que me da palta. Lo que pasa es que me encontré con Verónica en
un bar, nos pusimos a tomar. La huevona terminó hasta el culo, y bueno,
recordamos viejos tiempos y fuimos a un telo. Tú sabes que la flaca está como
quiere, así que no me resistí. Mira cholo, la cosa es que no sé qué pasó, se le
cruzaron los chicotes y se puso mal por la muerte de su hermana. Me pidió que
le compre unas pastillas para que se relaje. Loco, fui volando a la farmacia.
Pero cuando regresé, estaba echada inconsciente en la cama. ¡No sé qué hacer! Por
eso te llamaba. Tú siempre has sido bien caballero pues. Te has llevado piola
con ella. Dame una mano, cholo. Tengo palta que, si llamo a emergencias o a la
policía, después me caguen.
Me tomé cinco largos
segundos para contestarle al ser más infeliz sobre la tierra.
—Mira, ¡Imbécil! Primero,
Verónica me odia desde que falleció su hermana. Solo un cojudo me llamaría a
mí, conociendo la tragedia que aún nos persigue. Y segundo, la cagaste. ¡Acaso no recuerdas
que Vero ha estado en rehabilitación para dejar de tomar!... Al carajo…Dame la
puta dirección del hotel que voy para allá. ¡Te voy a sacar la mierda por
cabrón!
Camila
Camila fue asesinada a los veintidós años. La misma
noche en la que perdió su virginidad. Fueron divinas las horas que pasamos
juntos, fui dulce y delicado con ella. La traté como la princesa que era y será
por siempre en mi corazón. Recuerdo que minutos después de que estuviésemos
juntos, como una niña que acabase de cometer una travesura, llamó a Verónica
para contarle lo feliz que se encontraba por haber sido mía. La amaba con todo
mi corazón. Ya tenía todo preparado para pedirle matrimonio, estaríamos juntos
por siempre. Sin embargo, mis ansias de fumar permitieron que una gran tragedia
tiñera de rojo el momento. Me fui a comprar una cajetilla de cigarrillos.
Camila me pidió que no la dejara sola, pero logré persuadirla con una estúpida
sonrisa. Solo me tardé quince minutos… Al regresar, encontré la habitación
hecha un mar de sangre. El cuerpo de Camila, estaba postrado en la cama, con miles
de orificios producto de un frío puñal. Un malnacido había entrado a la
habitación del hotel y apagado la estrella de mi vida.
Obviamente, fui el principal sospechoso del
asesinato de Camila, ganándome el odio de su familia y allegados. Incluso sin
pruebas suficientes, me metieron a la cárcel, pero afortunadamente salí libre.
El caso de Camila está archivado. Nunca llegaron a dar con el verdadero
culpable. Han pasado tres años desde ese terrible abril. Vivo atormentado desde
entonces. A veces creo que no podré descansar hasta que mate con mis manos a
ese maldito. Por mi parte, el caso aún sigue en pie. No me rendiré hasta asesinar
a ese infeliz, aún sin rostro.
— ¿Vas a matarme?
Verónica me miraba con
horror, convencida de que mi clara intención era despellejarla sin piedad.
—No —contesté mientras me
secaba las lágrimas y me ponía de pie.
—Vine a llevarte a tu casa.
El imbécil de Carlos te trajo aquí y al ver que habías perdido el conocimiento
producto del alcohol, me llamó. Cuando llegué él ya no estaba. Cuando
despertaste, estaba por cubrirte con algo para llevarte conmigo.
Nuestras miradas se
postraron una fija a la otra. Sentía una terrible agonía en el pecho.
—Vero…yo no maté a tu
hermana, lo juro. Daría mi vida para que el maldito asesino acabe en la cárcel
y pague por todo el daño que nos ha hecho. Tú sabes cómo amaba a Camila. Me
acompañaste a comprarle su anillo de compromiso. Sabes que jamás me hubiese atrevido
a hacerle daño.
Verónica se quedó callada
por varios segundos, mientras lágrimas negras, rodaban por su mejilla.
—Espérame afuera, me voy a
cambiar.
Sonreí al escuchar a Vero y
salí de la habitación.
La espera era infinita. Los minutos pasaban y Verónica no salía de la
habitación. Estaba dispuesto a volver a entrar, pero felizmente la puerta se
abrió.
—De todos los canallas,
eres el mejor, Javier… Te voy a dar una oportunidad.
Contemplé nuevamente a los
ojos a Verónica. No podía mirarla. Es idéntica a Camila. Nuevamente las ganas
de llorar me vencieron.
—¿A qué te refieres? —pregunté,
temblando la voz.
—No puedo vivir ni un
maldito día más sin que el asesino de mi hermana pague su culpa.
—Ni yo, contesté de golpe.
—Si en una semana no
encontramos ni siquiera una pista que nos pueda llevar al asesino de mi
hermana, asumiré nuevamente que tú eres el culpable, Javier, y juro por Dios
que no descansaré hasta verte morir en la cárcel.
Me quedé frío ante las
palabras de Verónica. No sabía que más agregar, así que simplemente, acepté con
una sonrisa.
Aún hay más de esta
historia. Encontraremos al asesino de Camila, aunque sea lo último que hagamos
en nuestras vidas. “Juró que podrás descansar en paz, mi estrella. Lo juro.”
Continuará…
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