Sangre de escritor - Capítulo I

No tengo un título fijo, ni un
final establecido, pero sí un bosquejo bien estructurado de mi historia, de lo
que sería mi primera novela. Me he pasado un año totalmente centrado en el
tema, inclusive he dejado de escribir en mi blog y en el diario.
¡Malditas editoriales! Al
principio estaban muy interesadas en publicar cualquier cosa que yo escribiese,
pero ahora ni voltean a mirarme. Dicen que no se siente emoción en mi historia,
que es poco creíble. Quizá como me he acostumbrado a escribir solo de lo que
experimento, me cuesta hacer real lo imaginario. Me siento terrible. Hace unos
minutos he roto el espejo de mi cuarto, arrojándole mi taza preferida, en la
que tomo mi sagrado café matutino. ¡No puedo continuar escribiendo! A nadie le
gusta mi nuevo estilo.
Llamé a Teresa. Solo ella es
capaz de devolverme la tranquilidad. Es mi mejor amiga desde primero de
secundaria. Su vocación por la carrera de psicología siempre se ha hecho notar.
Nadie me escucha como ella.
— Jhonnattan, tú sabes que eres un gran escritor, pronto
encontrarás la inspiración, solo relájate.
Mi Teresa, siempre tan dulce. Aunque nos separa el abismo de
no poder vernos, tan solo al escucharla, la siento mía. Me he vuelto adicto a
ella. Es mi droga. Su voz pasa por mi mente, me relaja, me consume y me hace
volar.
—No es tan sencillo
como piensas. Ya llevo un año escribiendo esta bendita historia, y no consigo
nada —expresé, mientras me despeinaba con la mano izquierda.
—Mira, ahorita debo atender a un paciente, qué te parece si
te busco en la noche, para conversar mejor.
Sonreí, me dijo lo que quería escuchar.
— Solo si traes una
torta de chocolate.
—Muy bien, así será — respondió al istante, con su hipnotizante voz,
ronquita y suave a la vez.
Conozco a Teresa desde que te tengo doce años. Pero a mis
veintinueve, recién me doy cuenta que estoy perdidamente enamorado de ella.

Teresa me buscó a las nueve de la noche. Vivo en San Isidro,
en un buen departamento. Me gusta la vida acomodada, sé lo que valgo, así que
no me importa endeudarme un poco con tal de tener todo de primer nivel.
Siempre he sido un fantasma. Ahora atraigo la mirada de muchos, por mi fama, mi
ropa de marca y mi carro del año. Quizá viva engañado, pensando que soy
alguien, cuando ni mi reflejo en el espejo me reconoce con claridad.
— Para serte sincera, esta no es una de tus mejores
historias —dijo teresa, después de leer algunas páginas de mi proyecto a libro.
Ambos estábamos en mi habitación. Me senté en mi cama, y
dije:
—Pero debería ser la mejor de todas. Tiene que ser así.
Apretaba mi puño
mientras hablaba. Teresa se dio cuenta y se sentó junto a mí.
—¿Quieres que te traiga un pedazo de la torta de chocolate
que dejé en la cocina?
—No hace falta —respondí. Agaché la mirada, dispuesto a
perderme, pero Teresa no me dejó.
Acarició mi rostro con suma delicadeza. La
miré… y la besé. Mi acción la tomó por sorpresa. Se alejó de mí. No me importó,
me acerqué a ella e intenté besarla con pasión. Toqué sus piernas, sus senos.
La asusté y provoqué que intentara darme una cachetada. Frené su golpe, agarré
su mano y la apreté.
— ¡No vuelvas a intentar golpearme!
Sentí rabia, ira, estaba a punto
de hacer una locura (Poseerla a la fuerza). Felizmente me di cuenta, solté de
su mano y me puse a llorar.
—Perdóname por favor, no sé qué
me pasó. Sé que no es una excusa, pero estoy muy estresado.
Lloraba como un
niño. Me sentía terriblemente avergonzado y nervioso. Teresa, por su lado, estaba en shock. Después de unos minutos, se paró, se
arrodilló delante de mí, y dijo:
Dejé de llorar y le pedí por favor que me sirviera un vaso
con agua.
Permanecí sentado en la cama. Ella estaba de pie. Centré
toda mi atención en mi mejor amiga.

Empecé a tragar saliva y a
mirarla con espanto. No entendía a qué Diablos se estaba refiriendo.
—Una semana después de que
encontraras a Fernanda besándose con otro chico, ella te buscó a tu casa. Te
pidió perdón. Tú estabas hecho un monstruo, me contaste aquella vez, la
agarraste del cuello y quisiste ahorcarla. Pero al verla morada, te asustaste y
la soltaste. Fernanda comenzó a llorar y se fue de tu casa corriendo. Ella
nunca le contó eso a nadie, al igual que tú, prefirió olvidar. Te quería mucho
como para arruinarte la vida, denunciándote por intento de homicidio. De alguna
u otra forma, Jhonnattan, has intentado matar a alguien alguna vez en tu vida.
Continuará...
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