30 abriles
Cierro los ojos. Intento aflorar tristeza, pero las
lágrimas no encuentran el camino. Hoy cumplo treinta años. Desde los
diez, no volví a recibir un saludo en esta fecha. Simplemente me hundo en mi
soledad, extrañando a rabiar los cariños de mi madre.
Celeste:

— ¡Auxilio! ¡Ayuda, por favor!
Los gritos de una mujer llamaron
mi atención. Apagué el cigarrillo. Quizá ella sea mi regalo de cumpleaños.
Sigiloso, me moví entre las
sombras para darle el encuentro. Un cretino intentaba robarle a una chica. La
tenía arrinconada en un callejón, mientras la amenazaba con un cuchillo. El
bastardo no dejaba de pegarse a ella. Se notaba a leguas su clara intención.
Mientas la registraba, no iba a dejar pasar la oportunidad de excitarse con su
cuerpo.
— ¡Déjala, infeliz!
El tipo giró con rapidez para
encontrarme con la mirada. Seguí avanzando hacia él mientras me ponía mis
guantes negros.
— Lárgate conchatumadre. ¡Te voy
a enfriar, mierda!
El
malnacido intentó amedrentarme. Me reí en su cara. El muy hijo de puta, lanzó a
la mujer al suelo y se abalanzó contra mí. Esquivé fácilmente su intentó de
apuñalarme, recibiéndolo con un fuerte rodillazo en el estómago, provocando que
arrojara al suelo el puñal. Lo tomé de la cabeza y estrellé su rostro contra el
suelo, disfrutando cómo su nariz se rompía y estallaba en sangre. Recogí el
arma del ladrón, me arrodillé y acariciando su cabello, le dije:

Le clavé el puñal en el cuello,
mientras se ahogaba con desesperación y me miraba con espanto.
Al verlo muerto, saqué de mi saco
negro mi libreta y escribí una nota. La dejé junto al cadáver.
— Eres Rojo, ¿verdad?
Me puse de pie y centré mi mirada
en la asustada mujer. Era preciosa. Sus ojos color miel, no dejaban de titilar
como dos estrellas en la oscuridad. Su cabello era castaño claro, de rulos. Y
su rostro, como de porcelana. Una belleza.
— Sí —contesté con frialdad. Sin
moverme. A unos metros de distancia, realmente no sabía qué hacer.
La chica se acercó a mí. Me tomó
del rostro con dulzura. Y me sonrió.
— Gracias
por salvarme. Soy Celeste.
— ¿Cómo
sabías que era Rojo?
— Vengo
siguiendo tu caso de cerca. Soy periodista… Y bueno, lo de la nota te delató. No creo que cualquier persona pueda
matar a alguien con tanta destreza y luego dejar una nota. Solo Rojo. No vas a
matarme, ¿verdad?
Sentí cierta admiración en su
rostro. Me sentía algo intimidado. No podía dejarla con vida. Tarde o temprano
me delataría. Si algo he aprendido es que no se puede confiar en nadie.
— Hoy es mi
cumpleaños — dije de pronto, sonriéndole con malicia.
Musa desnuda:

Celeste duerme a mi lado. Conoce mi rostro y el
lugar dónde vivo. No puedo darme el lujo de tener a alguien que me conozca así
de cerca y siga con vida.
De pronto, minutos antes de la medianoche, se
despierta. Me mira con dulzura y me da un sorpresivo beso en los labios.
—Feliz cumpleaños, guapo. No voy
a decirle nada a nadie, descuida. Puedes confiar en mí.
No asesiné a Celeste. Puede que no haya sido la
decisión más inteligente, pero hoy quiero acabar mi cumpleaños en paz. Luego,
lo pensaré con mayor detenimiento. Celeste
volvió a dormir, y antes de que extrañamente, sienta la calma para hacerlo
también, me puse a pensar en la nota que le escribí al ladrón que quiso hacerle
daño a mi guapa acompañante. Mi arte, es mi regalo para el mundo.
No estaba en mis planes asesinar a alguien el día
de hoy. Pero el destino me trajo a un maldito ladrón que quería aprovecharse de
una bella mujer. Es mi cumpleaños y quise portarme bien. Estoy deprimido,
saben. Un año más viejo. Un año más solo. No es tan sencillo como piensan.
Quizá algún día me anime a dispararme en la sien y estallar en la oscuridad...
Rojo
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